Con motivo de Madrid Design Festival, que este año llega a su tercera edición, el Museo Nacional de Artes Decorativas presenta al público una selección de mobiliario y objetos de uso común de la primera mitad del siglo XX que normalmente no están expuestos. Bajo el título de “Esperanza y Utopía. El diseño entre 1900 y 1939”, la muestra incluye piezas históricas como el prototipo de la Silla Barcelona de Mies van der Rohe y Lilly Reich o el Ventilador AEG de Behrens, entre otros iconos universales del Movimiento Moderno.
Pocos madrileños saben que, además de la extraordinaria colección de vidrío, cerámicas, platería y textil de las Reales Fábricas y de los talleres y alfares populares españoles, el Museo Nacional de Artes Decorativas -ubicado a muy poca distancia del Paseo del Prado- cuenta con un interesantísimo fondo de diseño contemporáneo que, por falta de espacio, se muestra en muy pocas ocasiones. Mientras esperamos unas salas más adecuadas para exhibir etas obras, la exposición que puede verse desde el 12 de febrero es una oportunidad para conocer, al menos, la punta del gigantesco iceberg que por desgracia permanece oculto en los almacenes de la institución desde hace veinte años. Como nos recuerda la hemeroteca, muchos de los objetos más sobresalientes, entre los que destacan la Silla azul y roja de Gerrit Rietveld o un vestido de Elsa Schiaparelli con estampado de estilo art-decó, pasaron a formar parte del museo en el año 2000, cuando la colección Torsten Bröham fue dada en pago de impuestos por Afinsa y BBVA al Estado. Desde entonces sólo ha podido verse en muy contadas ocasiones.
El recorrido de la exposición comienza con el debate profesional y filosófico que desde finales del siglo XIX hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial caracteriza a movimientos como la Sezession vienesa o el Art Nouveau: frente a los nostálgicos de la producción artesanal, los partidarios de la producción industrial, y ante la reivindicación de los estilos nacionales, la aparición del estilo internacional. Este primer capítulo está ilustrado con piezas como un escritorio diseñado por Otto Wagner para la Caja Postal de Viena, el Sillón Havana del Henry van de Velde, una silla de niño de Frank Lloyd Wright y jarrones de Émile Gallé, René Lalique y Josef Hoffmann.
El segundo bloque está dedicada a la época de entreguerras, cuando la mítica escuela Bauhaus marcó el camino que ha seguido hasta hoy el diseño contemporáneo. Aquí están los fantásticos vidrios de Wilhelm Wagenfeld, que aunque parezcan instrumental de laboratorio son menaje de cocina, la Lámpara Kandem de Marianne Brandt, la primera mujer en entrar en el taller de metales de la institución educativa, y una juego de café ideado por Kandinsky y producido por la Manufactura Estatal de Porcelana de la URSS, antes de que Rusia abrazara el Realismo Socialista. Cabe destacar que en la misma sala donde pueden verse las piezas tubulares de Marcel Breuer se muestra una silla de la firma MAC (Muebles de Acero Curvado), que a partir de los años 30 empezó a versionar desde Madrid los diseños más vanguardistas del momento. Un periodo en el que el arte pretendía transformar el mundo y entendió que los objetos de uso cotidiano eran los que mejor podían incidir en la realidad.
En los textos de la propia exposición se explica que nacía un arte nuevo para un hombre nuevo. Un hombre y también una mujer, como recuerda la última sala de la muestra, dedicada a la primera generación de diseñadoras profesionales. La creadora textil Gunta Stölzl o la ceramista Marguerite Friedlaender son sólo algunos de los nombres que no deberíamos nunca dejar de reivindicar. En este sentido la historia de Charlotte Perriand es paradigmática. Se cuenta que la primera vez que se acercó al estudio de Le Corbusier, éste le dijo “discúlpeme, madamme, en este taller no bordamos cojines”. Más tarde, sin embargo, se convertiría en una de las grandes colaboradoras del maestro de la modernidad, aunque durante décadas ha estado oculta bajo su enorme sombra. La Silla B-301 es uno de los muchos muebles que crearon juntos.
Sería fantástico que la exhibición de estas piezas sirviera para convencer, a quien fuera pertinente, de la urgente necesidad de dotar al Museo Nacional de Artes Decorativas de un espacio más apropiado -por ejemplo el edificio de la Real Tabacalera-. Esta colección sería, sin duda, uno de los recursos turísticos más atractivos de la ciudad si se pudiera montar en unas salas amplias y mejor iluminadas. Además sería la mejor expresión de aquello que Madrid Design Festival nos quiere transmitir todos los años, que el diseño es la coincidencia de la industria, la creatividad y la vida.