La palabra talento no describe el don que le permitía pintar como Matisse, Monet o Modigliani. Su nombre es Elmyr de Hory (1906 – 1976) y pasó a la historia como uno de los mayores falsificadores de arte. Hasta el 12 de mayo el Círculo de Bellas Artes le dedica una exposición.
He venido con mi lupa de experto en arte y con muchas ganas de encontrar esos pequeños detalles que diferencian un auténtico Elmyr de Hory de un auténtico Van Dongen o Degas. Mientras en la primera sala descubro a un artista que carece totalmente de estilo propio y que a veces está en la etapa azul de Picasso y otras en el impresionismo más dulzón, en la segunda encuentro obras que reflejan un vago carácter personal. Sin embargo Elmyr de Hory es mucho más interesante cuando no es Elmyr de Hory y se transforma en otro artista. Sus obras me invitan a pensar que si era capaz de pintar casi como Dufy o Van Gogh, tal vez podía experimentar o sentir casi lo mismo que ellos, como si fuese una especie de telépata del arte. Creo que nunca habría podido confundir su arlequín “a la manera de Picasso” o una vista del Gran Canal “a la manera de Monet” con obras de estos grandes maestros, pero lo cierto es que durante años Elmyr de Hory colocó sus falsificaciones a coleccionistas y expertos que sabían sobre arte mucho más que yo, y se sospecha que todavía hay cuadros pintados por el falsificador que cuelgan en las paredes de algunos museos. El propio Elmyr contaba que un marchante llegó a enviar una de sus falsificaciones a Picasso para que certificara su autenticidad y que el genio, no estando totalmente seguro de su autoría, preguntó cuánto se había pagado. Tras conocer el precio, la astronómica cifra de 100.000 dólares, Picasso dijo que debía de ser auténtico.
Sus falsificaciones reflejan los deseos de los coleccionistas de arte más acomodaticios: las obras de Elmyr de Hory no plantean nunca verdaderos caminos de experimentación y reproducen miméticamente las distintas propuestas formales de la vanguardia, despojándolas de su trasfondo estético radical. Sin embargo, hoy su osadía tiene cierta gracia. Hay algo revelador en ese desenfadado transformismo plástico que le permite ser varios artistas a la vez. Elmyr de Hory pone en tela de juicio el mercado del arte, el valor de la autoría, de la originalidad y del buen gusto.
La leyenda de Elmyr de Hory me ha hecho pensar en el Cupido durmiente de Miguel Ángel que, como nos cuenta el historiador Umberto Baldini, pasó por una antigüedad clásica auténtica. Piero de Medici había sugerido al escultor que la enterrara y le diera el aspecto de una obra romana, ya que así la vendería mejor. Hoy cualquier museo pagaría mucho más por una obra original del artista del Renacimiento que por una pieza arqueológica sin firma. Podríamos pensar que esto mismo les espera a las auténticas falsificaciones de Elmyr de Hory expuestas hasta el 12 de mayo en el Círculo de Bellas Artes, pero dudo que algún día lleguen a alcanzar semejante reconocimiento. En cualquier caso, antes de decir nada, hay que visitar la exposición, olvidar todo lo que hemos leído y pensar por un momento que estas obras son originales de Picasso, Modigliani o Degas. ¿Las preferimos a las de Elmyr de Hory?