La tormenta Filomena ha dejado imágenes inéditas a su paso por Madrid. Hacía más de cincuenta años que no se registraba una nevada tan copiosa en la ciudad. Por suerte para el correcto funcionamiento de los servicios públicos, las calles se van despejando poco a poco, pero muchos vamos a echar de menos las estampas blancas que veíamos a través de las ventanas. Para seguir recreándonos en la belleza del frío, en este post recorremos el Paseo del Arte en busca de los cuadros en los que el invierno es el protagonista. Las autoridades nos han pedido que permanezcamos en nuestras casas y los museos seguirán cerrados algunos días más, así que la opción de pasear por sus páginas web, donde se muestra digitalizada buena parte de sus colecciones, es muy recomendable para esta tarde.
El invierno en un tema habitual para los pintores flamencos y holandeses, que elevaron el género del paisaje a la categoría más alta. De Pieter Brueghel el Viejo y de El Bosco son las primeras obras en los que la nieve y el hielo se convierten en los principales protagonistas. Por ejemplo en el Jardín de las delicias, un tríptico del segundo conservada en el Museo del Prado, la tercera tabla representa el infierno con la crudeza del frío. Tanto el color azul de los monstruos, como la piel blanca de los condenados nos hacen pensar que la temperatura debe ser bajísima. Sin embargo parte del hielo se ha resquebrajado y algunos personajes se hunden ante la inquietante mirada del artista, autorretratado en el centro.
Al otro lado de la glorieta de Neptuno, en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, encontramos un cuadro de Jacob Grimmer, pintor que alcanzó cierta reputación debido a sus paisajes helados y del que Rembrandt alguna obra en su propia colección. Su paleta recorre un espectro cromático muy amplio, que va de los tonos cálidos de la arquitectura a los fríos del cielo. En primer plano, la silueta de los cazadores se recorta sobre el fondo blanco, lo que recuerda al famoso cuadro de Pieter Brueghel el Viejo Cazadores en la nieve. Detrás, el canal helado es el escenario de la vida cotidiana de un pueblo a finales del siglo XVI.
Cincuenta años más tarde Jan Josephsz Van Goyen revolucionó el género del paisaje restringiendo al máximo la gama cromática, lo que se conoce como pintura tonal y que del gris al ocre obvia cualquier otro color. En el mismo museo podemos ver un cuadro en el que el inmenso río Oude Maas permanece helado. Los patinadores y los viajeros lo cruzan tranquilamente a pie, sin miedo a que se rompa la límpida superficie que refleja los mismos colores del cielo.
Al igual que Van Goyen, son muy pocos los colores que utiliza John Henry Twachtman en un cuadro de la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza que muestra un arroyo discurriendo entre las rocas cubiertas de nieve. Influenciado por el impresionismo, el pintor americano de finales del siglo XIX ha convertido el bosque en un gigante cristal de agua, resplandeciente y silencioso. Casi como si fuera un manifiesto de este estilo unas salas después encontramos El deshielo en Vétheuil, que pertenece a la serie de diecisiete óleos que Claude Monet pintó del deshielo del Sena en el invierno de 1879. Las pinceladas sueltas y vibrantes consiguen producir en nuestra mirada los mismos efectos lumínicos de la realidad en un momento concreto. Ahora que ha salido el sol, podemos comprobar como el efecto del sol sobre la nieve y el hielo es parecido.
Pero las tormentas, como hemos podido ver este fin de semana con Filomena, pueden causar numerosos problemas. Otra vez en la web del Museo del Prado buscamos La nevada, que como muchos otros cartones para tapiz de Francisco de Goya lejos de ser inocente narra un conflicto social: helados de frío y muertos de hambre, los tres campesinos del centro de la composición regresan a su casa sin haber podido comprar nada. Sin embargo, los dos sirvientes que aparecen detrás, mucho mejor vestidos, llevan sobre los lomos de un burro el estupendo manjar que comerá su amo.