En marzo del año pasado -probablemente el más difícil de las últimas décadas para la industria del espectáculo- abrió sus puertas el Gran Teatro Caixabank Príncipe Pío, un escenario polivalente ubicado en el vestíbulo y las oficinas de la antigua Estación del Norte. Desde entonces y salvo las semanas que duró el confinamiento el circo, la música, la magia y el humor han devuelto la vida a un espacio que llevaba 27 años sin uso. Para celebrar su apertura, el fin de semana me acerqué a ver Clandestino Cabaret, que con seis temporadas en cartel, es hoy uno de los imprescindibles de la cartelera madrileña.
Antes de que se construyera Chamartín, de la Estación del Norte partían todos los trenes con rumbo a Valladolid, León, La Coruña, Oviedo o Santander. Muestra de su importancia, es la fachada monumental que en 1928 se abrió a los pies del Campo del Moro y el Palacio Real, con el que la leyenda dice que estuvo conectada por un pasadizo. El último convoy de largo recorrido salió en 1993. Años más tarde, bajo la gran marquesina de cristal en la que se habían rodado escenas de cine memorables como el plano secuencia del comienzo de Beltenebros, se instaló el Centro Comercial Príncipe Pío, con cabida para conocidas cadenas de restauración, firmas de ropa y complementos. Finalmente, tras una larga reforma que ha recuperado la escalera monumental que bajaba a las vías, las lámparas de hierro, los quioscos de madera y los ascensores antiguos estilo art-decó, el majestuoso hall se ha convertido en un teatro multiusos que quiere reivindicar el poder evocador del ferrocarril. Por este motivo, justo cuando va a comenzar la función, el aviso para que el público vaya ocupando sus asientos es el clásico silbato de andén, que nos recuerda que cualquier espectáculo es siempre un viaje.
Pero Clandestino Cabaret no es un espectáculo cualquiera. Antes de que se terminara la reforma de la Estación del Norte, cuando los más curiosos nos asomábamos entre los andamios para ver cómo iba la obra, el Gran Teatro Caixabank Príncipe Pío había instalado ya una gran carpa en la esplanada de acceso. Ha sido aquí donde, durante seis temporadas, este espectáculo ha pasado de la clandestinidad figurada al éxito rotundo que sólo puede dar el público, cuando año tras año, sigue llenando todas las localidades disponibles e incluso repite para volver a partirse de risa o asombrarse con los alucinantes números de circo. Se dice pronto, pero hoy es un título imprescindible de la cartelera. Clandestino imagina un presente distópico en el que las salas de espectáculos están prohibidas -por suerte en Madrid no es así- pero en el que sobrevive el cabaret de Madame Petrushka, interpretada por la cantante Inés León. Un guardia civil, el desternillante clown Wilbur Victor, tratará de desvelar el local -la estación de tren que ya no es una estación de tren- y la reunión de amigos que en realidad es una función para adultos.
La primera aparición del equilibrista Desko Amat es de las que quedan en la retina para siempre. Sin perder de vista la potencia de su musculatura, parecería que su cuerpo está hecho de goma. Sin embargo, el espectáculo no decae. El elenco lo completan Gabriela Vaz, Marco Motta, Shara Lecter, Donet Collazo, Rosana Cabezas, Alex de Monte, Diego Arias, Celia Akrodream y Nini Storm, especialistas en aéreos, pole dance y contorsionismo, que van conquistándonos con cada una de sus actuaciones. Todos ellos están perfectamente coordinados bajo la dirección artística de la coreógrafa Teresa Jiménez Silva, que tiene el acierto de contarnos una historia descarada, pero no vulgar, y que ofrece lo que el público espera antes de entrar. Por esto mismo, para mí será un placer volver otra vez Clandestino Cabaret en el Gran Teatro Caixabank Príncipe Pío, que no es el último teatro que queda en Madrid, sino el último que ha abierto sus puertas.