Aseguraba ser nieta de Carmen, el personaje de ficción al que la música de Bizet había convertido en el mito de la mujer española. También ella era temperamental, fuerte y desafiante y dejaría una larga lista de hombres despechados, pero La Bella Otero, aunque hoy pueda parecernos sólo un fantasma, existió realmente y triunfó bailando y cantando en Barcelona, París y Nueva York y, a caballo entre los siglos XIX y XX, revolucionó la danza española. Su historia la evoca ahora Rubén Olmo a través de la primera gran coreografía que firma como director del Ballet Nacional de España. Hasta el 18 de julio podemos verla en el Teatro de la Zarzuela.
Cuenta Rubén Olmo que hace más de diez años, cuando trabajaba para la compañía Metros de Ramón Oller en Barcelona, encontró por casualidad una postal con un retrato de la Bella Otero. Entonces empezó a investigar quién era esta mujer que unas veces aparecía vestida de goyesca y de torero y otras semidesnuda, cubierta sólo por perlas y diamantes. La había pintado Julio Romero de Torres, con mantilla negra de encaje y un escote muy atrevido para la época. Descubrió que había sido la amante de empresarios, reyes y emperadores, entre los que se rumorea que estuvo Alfonso XIII, aunque lo que más destacable es que había sido la primera de una larga lista de estrellas que hicieron universal la música y la danza española. Desde el Folies Bergère, el cabaret situado a los pies de Montmatre donde también triunfarían años después Joséphine Baker con sus movimientos convulsos, fue la fuente de inspiración para Tórtola Valencia, Raquel Meller o Pastora Imperio.
Ni era una gitanilla ni era de Cádiz, como ella mismo se dedicó a airear, sino una gallega nacida en Pontevedra a la que con tan sólo diez años violó el zapatero de su pueblo. Huyó joven y aprendió con una compañía ambulante el arte flamenco, pero la Bella Otero nunca fue exactamente una bailaora al uso. Como era habitual en los cafés cantantes de finales del siglo XIX las artistas pasaban de un tipo de número a otro, seducían al público, cantaban… Su alter ego fue Carmen y Carmen también fue el fracaso que la retiró para siempre de los escenarios, cuando se empeñó en montar por su cuenta y riesgo la popular opereta y el resultado fue espantoso por no tener las dotes vocales ni la formación lírica necesarias. En 1910 se estableció en Niza, donde vivió en una pensión que le pagaba el Casino de Montecarlo por los miles de millones que se había dejado en el juego. La ludopatía y su fama de femme fatale tiñeron la carrera artística de una mujer hecha a sí misma, creadora de fantasías que durante décadas han reconstruido otros, como en esta ocasión Rubén Olmo o en el año 2002 hiciera la novelista Carmen Posadas.
Hay un tema central en esta coreografía que tiene ritmo de biopic cinematográfico y que ha contado con la extraordinaria aportación del dramaturgo Gregor Acuña-Pohl. Un fragmento de las Memorias de La Bella Otero en el programa de mano nos sirve para comprender que este ballet operístico nos habla del poder de la seducción como arma del que han hecho uso las mujeres para defenderse del abuso de los hombres. «A todos les he visto egoístas y gozadores, dispuestos a cualquier sacrificio con tal de satisfacer su deseo, pero incapaces de ofrecer un gesto de verdadera bondad y de amor», confiesa la artista y cortesana cuando se refiere a sus amantes.
A través de un prólogo y catorce cuadros, viajamos con La Bella Otero de las Rías Baixas a París, de las caravanas de artistas ambulantes a la corte del zar Nicolás II. La escenografía de Eduardo Moreno sirve para enmarcar un espectáculo de enorme expresividad, con un cuplé y una muñeira incluidos, y el vestuario de Yaiza Pinillos resalta la belleza de unas escenas perfectamente medidas en las que no sobra ni falta nada. Entre mis cuadros favoritas destacan Gira mundial, con sus notas de claqué, y el Folies-Bergère, donde la vemos vestida de torero entre bailarinas de cancán y hay un “cameo” de Loïe Fuller, otra de las grandes innovadoras de la danza a finales del siglo XIX. En esta ocasión, a la Orquesta de la Comunidad de Madrid la dirige Manuel Busto, que junto a Alejandro Cruz, Agustín Diassera, Rarefolk, Diego Losada, Víctor Márquez, Enrique Bermúdez y Pau Vallet se reparten una partitura apasionada que se inspira en las músicas de la Belle Époque y que está salpicada de citas a Bizet, Debussy, Albéniz o Falla.
Pero es Patricia Guerrero quien finalmente nos convence de que la Bella Otero no es un personaje de ficción como Carmen. La artista invitada en esta esperada producción del Ballet Nacional de España encarna a la estrella cuando era joven y destaca por su inusitado talento para pasar con naturalidad de un estilo a otro. Su carisma desbordante mereció la ovación de un patio de butacas que durante varios minutos se puso en pie para celebrar la explosión de emociones que provoca La Bella Otero de Rubén Olmo.