El Museo Reina Sofía acaba de presentar la reordenación completa de su colección permanente. Bajo el título de Vasos comunicantes 1881-2021 y a través de ocho capítulos, se muestran más de 2.000 obras de arte, de las que el 70% no se habían expuesto con anterioridad. El cuadro de Guernica de Picasso, el móvil de Calder que hay en el jardín, la escultura de Lichtenstein del patio de Nouvel y la reproducción de El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella -el fantástico tótem de Alberto Sánchez que se levanta ante la fachada de los ascensores- son las únicas piezas que no han cambiado de sitio. Todo lo demás se presenta nuevo ante los ojos del visitante que ya conocía el museo y que ahora puede pasearse otra vez por sus salas con la sensación de haberse mudado a un apartamento más grande; porque además de mover de un lado a otro los fondos, también se han habilitado espacios a los que no se podía acceder, como la planta baja y parte de la primera planta del edificio de Sabatini. Aunque alguno podamos tener cierta sensación de provisionalidad, los conservadores ya han retirado del suelo las cajas de embalaje.
Los vasos comunicantes es el título de un linograbado de Diego Ribera expuesto en la sala 405 del museo. El artista mexicano nos propone con este ejercicio de anamorfosis un juego muy parecido al de aquella popular estampa que circulaba en el patio del colegio cuando yo era niño y que dependiendo de cómo la mirásemos nos permitía ver a una joven o a una vieja. Aquí lo que encontramos son dos ojos hundidos o dos vasos de sangre, conectados directamente con un cerebro enraizado en la tierra. Probablemente esta sea la mejor metáfora para explicar la nueva reordenación del Reina Sofía, que nos ofrece una lectura tan pegada a la actualidad que a veces no sólo parece un museo de arte, sino también un museo de historia de los movimientos sociales y el activismo político.
En 2008 Manuel Borja-Villel aterrizó en el Museo Reina Sofía con un proyecto revolucionario. Dos años después de ser nombrado director del centro de arte contemporáneo con más presupuesto de España, dio un giro de 180 grados a la institución y, a través de una inteligente estrategia de donaciones y depósitos, consiguió rellenar los huecos que el exilio y una política errática de compras habían dejado en su colección. De la misma manera que hizo entonces, antes de abandonar el cargo ha querido volver a contarnos las últimas décadas del siglo XIX, el siglo XX en su totalidad y casi el primer cuarto del siglo XXI, porque el mundo es otro -según sus propias palabras- desde aquel ya lejano 2010. Bajo su dirección hemos visto exposiciones que han cambiado nuestra manera de mirar y que han dejado un rastro en Vasos comunicantes. Por ejemplo, ahí están las salas dedicadas a La noche española, Campo cerrado o El principio Potosí, que han sido los títulos de algunas de las muestras más significativas durante su dirección. Borja-Villel y el equipo de comisarios que le acompañan se han dejado iluminar por ciertos acontecimientos políticos, de tal manera que aquello que parecía anecdótico en la colección anterior ahora ocupa un lugar central.
Aunque asumir un posicionamiento ideológico es algo inusual en un museo público, no contar una historia es mucho peor que contarla desde una perspectiva determinada. El Reina Sofía puede abrumar a los visitantes con extensas hojas de sala, cartelas de difícil comprensión y vitrinas en las que no caben más libros descatalogados, noticias de periódico o cartas manuscritas. En ocasiones parece El enigma sin fin, título de un cuadro Dalí que forma parte de la colección. Al igual que si hojeamos una enciclopedia especializada seguimos sin entender gran cosa, Vasos comunicantes podría terminar por no decir nada a la mayoría de las personas que día a día se pierden por el museo. Por esto mismo merece la pena prepararse la visita antes de entrar. En su canal de Youtube el Reina Sofía ha publicado ocho vídeos, uno por cada episodio, que nos servirán de ayuda (son los mismos que están embebidos en este post). Si no, siempre podemos participar en las actividades del programa de mediación.
El episodio 1 se titula Territorios de vanguardia: ciudad, arquitectura y revistas. A partir del anarquismo, profusamente representado en la pintura realista de finales del siglo XIX, aborda las problemáticas sociales que preocuparon a los urbanistas del Movimiento Moderno, los primeros conatos de experimentación en España a través de iniciativas como las de Ernesto Gimenez Caballero en Madrid o la Galería Dalmau de Barcelona, y el Pabellón de la República durante la Exposición Universal de París de 1937, para el que Picasso pintó Guernica. Es en la segunda planta del museo donde el turista puede encontrar muchas de las obras de Joan Miró, Juan Gris o Salvador Dalí, y donde también se muestras cuadros de Maruja Mallo, María Blanchard o Ángeles Santos.
De manera más o menos cronológico, el itinerario continúa con el episodio 2, El pensamiento perdido, que aborda el legado de los creadores en el exilio, como el cartelista Renau, y de aquellos que quedaron en un lugar impreciso de la historia, como el cineasta Valdelomar. El episodio 3, Campo cerrado, trata la escena cultural durante los primeros años de la dictadura franquista. La presencia de España en la Trienal del arte de Milán del año 1951 fue una carta de presentación del régimen a nivel internacional. El archivo de José Antonio Coderech, que forma parte del museo, es el eje sobre el que gira esta parte de la colección permanente.
El episodio 4, Doble exposición: el arte y la guerra fría, viaja a los EE.UU. Como si el Reina Sofía fuera la memoria del MoMA de Nueva York, las nuevas salas hacen un repaso a las grandes exposiciones que durante las décadas de 1940 y 1950 reivindicaron el arte norteamaricano como el nuevo modelo a seguir desde la autoproclamada capital mundo. Por ejemplo, los Eames conceptualizaron a través del diseño un estilo de vida familiar propio del extrarradio, que pronto se exportaría a otros países como la panacea de todos los problemas. Lewis Hamiltón o Louise Bourgeois, sin embargo, arrojaron incendiarias críticas sobre el mismo planteamiento. En estas mismas salas, una obra de Rogelio López-Cuenca se refiere a las complejas (y olvidadas) relaciones de España con África.
En la década de 1960 hubo un cambio de paradigma. Por un lado, se recuperaron algunos de los postulados de las vanguardias históricas -la posibilidad de aunar el arte y la vida-, y por otro se abrió un espacio a las actitudes contestatarias, que en Latinoamérica alcanzaron un enorme protagonismo a través de procesos revolucionarios de mayor o menor éxito y de la disidencia política. El Episodio 5, Los enemigos de la poesía: resistencia en América Latina, parte del Tropicalismo brasileño para luego volver a Europa con experiencias tan radicales como las del Centro de Cálculo de la Universidad de Madrid, que proponía una vuelta a las utopías cientifistas de principios del siglo XX, o el Arte Povera. Los foto-libros de Paolo Gasparini son un testimonio de la convulsa realidad de Cuba, Venezuela o Bolivia en esos mismos años.
En el edificio Nouvel encontramos el episodio 6, Un barco ebrio: eclecticismo, institucionalidad y desobediencia en los ochenta. El título del poema de Rimbaud sirve para adentrarnos en una escena artística que en los años 80 oscilaba entre las propuestas apolíticas de las muestras de arte, de la que la séptima Documenta de Kassel fue un buen ejemplo, a las corrientes contraculturales de Londres, Nueva York o Madrid. Aquí están los trabajos de Tapies y Chillida, pero también los Wojnarowicz o Espaliú que, en este mismo museo, hizo una de sus más conocidas performance para denunciar la falta de visibilidad de los enfermos de sida. El debate filosófico abierto por pensadoras como Donna Haraway o Judith Butler es el gancho para introducir arte feminista, en una colección donde ahora se muestra más obra de mujeres.
El episodio 7 lanza una pregunta: Dispositivo 92. ¿Puede la historia ser rebobinada? La Expo de Sevilla, los proyectos arquitectónicos para conseguir que se pudiera visitar cómodamente durante los calurosos meses del verano o las críticas de diferentes colectivos abren unas salas que, a partir de una interpretación decolonial de la historia de América, interpretan las actuales relaciones de poder entre norte y sur. Muchas de las obras que podemos ver aquí son manifestaciones de art brut o artivismo que sin embargo ya forman parte del mercado.
El último episodio de la colección permanente es el 8 y se titula Éxodo y vida en común. Tal vez sea demasiado pronto para incorporar en el cementerio de los museos fenómenos tan recientes como el 15-M, porque es probable que dentro de unos años nos parezca demasiado inocente lo que cuentan estas salas o, por el contrario, creamos que las protestas de la primavera de 2011 fueron sólo anecdóticas. Entre las fotos de Allen Sekula, que muestran el desastre ecológico del Prestige, al trabajo conceptual de Ignasi Aballi sobre la crisis del 2008 no hay tanta distancia. El Reina Sofía concluye su análisis del presente con un posicionamiento ante la realidad: el capitalismo ha muerto o está a punto de morir… ¡ahí es nada!
La sala 103 está dedicada a Carmen Laffón, fallecida el pasado 7 de noviembre. Con sus pinturas atemporales, sólo ella consigue devolvernos cierta calma en un mundo que se desvanece bajo nuestros pies. A lo mejor, con el tiempo, sus salinas son lo poco queda de esta revolución, pero mientras tanto que nos quiten lo bailado. Muchos visitantes se irán sin encontrar los cuadros que aparecen en todas las guías de viajes, pero esa es la magia de las mudanzas: algunas cosas se pierdan para que aparezcan otras.