El otoño pasado volvió a abrir sus puertas la sede madrileña de la Fundación María Cristina Masaveu Peterson. Ahora en su exposición sobre pintura española del siglo XIX, con la que justo antes de la pandemia inauguró su espacio, ha incorporado algunas de sus últimas adquisiciones, entre las que destaca una obra de Gustave Doré. Además, en el propio centro de la calle Galiano 6, se muestran también algunas piezas de la colección del siglo XX y con cita previa es posible visitar en la planta baja un par de instalaciones de street art. Por último, hasta el domingo, una visita guiada por la imagen de la mujer en la colección Masaveu es la manera que tiene la institución de celebrar el 8 de marzo.
Hace diez años, CentroCentro Cibeles presentó dentro de su programa Mecenazgo al servicio del arte la muestra Colección Masaveu. Del Renacimiento a la ilustración. Imagen y materia. Entonces se vieron en Madrid las obras del Greco, Murillo, Zurbarán o El Bosco que durante más de un siglo había atesorado esta familia de industriales asturianos. El éxito fue abrumador y pocos meses después la Fundación María Cristina Masaveu Peterson, encargada de gestionar la difusión de este valioso patrimonio, anunció que abriría una sede permanente junto a la Plaza de Colón. Por fin en 2019, estas nuevas salas retomaron el hilo desde el final de la Ilustración hasta principios del siglo XX, en un completísimo recorrido que comienza con Goya y su cuadro Los banderilleros y acaba en el arquetipo de la femme fatale, pintada una y otra vez por Anglada Camarasa.
Colección Masaveu: pintura española del siglo XIX no sólo reúne obras de las firmas más conocidas de esa época (Rico, Haes, Fortuny…), sino que también explica muchas de las claves para comprender el paso del Antiguo Régimen al mundo moderno. Esta exposición, que podrá verse hasta enero de 2023, es el eslabón que faltaba entre el Museo del Romanticismo y la Casa Museo de Sorolla -ubicados ambos a muy poca distancia de aquí- y el correlato perfecto a las salas dedicadas al arte decimonónico del Museo Prado, de las que el propio comisario de la muestra, Javier Barón, es el jefe de conservación. Mientras en las galerías conocida pinacoteca madrileña se exhiben los fastuosos cuadros de historia -por cierto, han sido reordenadas hace poco-, estás salas más recogidas se centran en la pintura de género, las escenas costumbristas, el paisaje a cielo descubierto, la embrionaria aparición del regionalismo, el deporte, las vacaciones o la vida bohemia. ¡Ahí es nada!
En paralelo al itinerario cronológico, en el que se van sucediendo estilos y escuelas, la exposición nos permite trazar una historia de la representación de la mujer en la pintura. El delicado retrato de Doña Inés Pérez de Seoane, obra de Federico de Madrazo, es un ejemplo paradigmático del romanticismo. Sorprende la viveza de los ojos y el brillo del pinjante, el amasijo de joyas que cuelga de su escote. Según sabemos, la joven murió a causa del parto y este podría ser una efigie póstuma. Esta pintura merece la pena compararla con otra que encontraremos más adelante de Raimundo de Madrazo, hijo del anterior que desarrolló buena parte de su carrera en París. Me refiero al retrato de Laure Hayman, conocida escultora francesa que pudo profesionalizar su arte y exponer en los salones tal y como hasta entonces sólo hacían los hombres. En la misma sala vemos a otras artistas mujeres, como Las hermanas Guridi pintadas por José Villegas, o la señora Saridakis, que se dispone a subir a un automóvil en un cuadro de Fernando Álvarez Sotomayor. Lástima que no se presente también alguna obra de estas creadoras.
Más adelante nos encontramos con las mujeres de Julio Romero de Torres, encarnación de una belleza española a medio camino entra la tradición y el erotismo, símbolo de la fertilidad y el placer, con las que nada que ver tienen las hijas de Sorolla, retratadas por su padre en un cuadro que le regaló a la mayor de ellas tras sufrir una larga convalecencia. Aquí vemos cómo la luz se filtra entre las hojas de los árboles y explota en manchas de colores brillantes sobre los vestidos. Esta es la mayor colección en manos privadas de obras del artista valenciano.
Las últimas salas de la exposición están dedicadas al modernismo, que giró su mirada hacia la realidad de principios del siglo XX: los cabarets, los bulevares, los cafés…. De Santiago Rusiñol es Interior con figura femenina, que muestra a la compositora mallorquina Matilde Escalas junto a la cama deshecha en un piso de París, y de Ramón Casas el retrato de su sobrina Catalina, casi una obra monocromática en blanco. Todavía quedan muchos meses por delante para visitar Colección Masaveu: la pintura española del siglo XIX, pero es mejor acercarse pronto, porque estoy convencido de que muchos querrán repetir.