Diana y el Ave Fénix, Hotel Hyatt Gran Vía. © Álvaro López del Cerro

A muchos metros de altura conviven en la centenaria calle madrileña dioses, humanos y seres de lo más variopintos convertidos en verdaderos iconos de nuestra ciudad. ¿A quiénes representan las esculturas? Esta es su historia.

Atlas, Picalagartos Sky Bar. © Álvaro López del Cerro

Leamos con atención estos versos de Luis Quiñones de Benavente, uno de los autores de entremeses más celebrados del Siglo de Oro: “Pues el invierno y el verano / en Madrid solo son buenos / desde la cuna a Madrid / y desde Madrid al cielo”. ¿Es este el origen del famoso dicho castizo que nos eleva, con orgullo, hasta las mismísimas nubes? Puede ser, aunque existen muchas teorías. Hay quienes aseguran que se popularizó tiempo después, tras la transformación de la ciudad llevada a cabo por Carlos III, a quien debemos la Puerta de Alcalá y el paseo del Prado. Otros son los que buscan procedencias más metafísicas y aseguran que, cada noche, las almas de los difuntos madrileños se reúnen en el cerro Garabitas, en la Casa de Campo, para ascender convertidos en luces rumbo al infinito… Realidades y mitos aparte, lo cierto es que la famosa frase, De Madrid al cielo, le sienta especialmente bien a la centenaria Gran Vía, que durante años acogió los edificios más altos de Europa. Hacia sus alturas miramos: resulta que hay unos cuantos personajes que viven en ellas.

Una historia de amor

Diana Cazadora, Hotel Hyatt Gran Vía. © Álvaro López del Cerro

Nunca es tarde para recurrir a los clásicos. Y hacia ellos volvemos para explicar una historia de amor, que podemos revivir si alzamos la vista desde la plaza del Callao en dirección a la confluencia de la Gran Vía con la calle de Alcalá. Dos siluetas, una a cada lado de la acera, llamarán nuestra atención. Acerquémonos más. En la cúspide del Hotel Hyatt Centric Gran Vía, en el número 31, en un edificio art decó, una Diana emerge poderosa en el horizonte desde 2017. La espectacular escultura, obra de Natividad Sánchez, representa a la diosa romana de la caza, protectora de la Naturaleza y de la Luna, acompañada de sus cinco perros. Realizada en resina de vinilester y recubierta de polvo de bronce, mide cinco metros y pesa 900 kilos. Para verla de cerca la mejor opción es subir hasta el bar de la azotea del hotel, El Jardín de Diana.

El Jardín de Diana, Hotel Hyatt Gran Vía. © Álvaro López del Cerro

Con un cóctel en la mano -quizás un Arcángel de Diana, a base de ginebra, aperol, pepino fresco y soda de pomelo- y unas tapas podemos aguardar la caída del sol y buscar con la mirada al rival de nuestra diosa en la particular batalla que se libra en los cielos de Madrid. Justo enfrente, en el número 32, en lo más alto del antiguo Edificio Madrid-París, construido en la segunda década del siglo XX para albergar los primeros grandes almacenes de la ciudad, un Ave Fénix, el ave de larga vida que, según la mitología, se regenera de las cenizas de su predecesor, parece desafiarla. Fue colocado ahí, sobre una cúpula negra, en los años 50, cuando el edificio fue adquirido por la empresa de seguros La Unión y el Fénix. Hoy lo ocupa la firma de moda Primark.

Flechas en la Gran Vía. © Álvaro López del Cerro

Pero, ¿qué relación guardan los protagonistas? No parece que sea buena: Diana le está apuntando directamente con su arco. En la mitología griega, nuestra diosa, entonces Selene, era la hija de Zeus, que se enfadó mucho al saber que por ella suspiraba un pastor, de nombre Endimión. Así que envió al Ave Fénix para que lo secuestrara y ocultara en algún lugar escondido para el resto de la eternidad. De ahí la batalla y de ahí las flechas. Pero, atención, puede que dos de ellas hayan caído al suelo. No será difícil encontrarlas: están grabadas en el pavimento, justo delante del edificio donde habita el enemigo. Antiguamente, los canteros dejaban siempre marcas en la piedra para recordar su autoría. No hay obra de restauración urbana que se haga actualmente en Madrid en la que no aparezcan detalles curiosos como este, en homenaje a aquellos maestros artesanos de antaño. Dos ejemplos más: en el inicio de la calle de Alcalá, junto a la Puerta del Sol, grabado en una loseta aparece el astro rey, y en la calle de Augusto Figueroa, frente el número 16, un gato, tan madrileño él.

Ganímedes y el Ave Fénix, Gran Vía, 68. © Álvaro López del Cerro

El Ave Fénix al que amenaza Diana no es el único que podemos ver en la Gran Vía. Si volvemos a la plaza del Callao y miramos en dirección a la plaza de España veremos otra silueta similar, en lo más alto del edificio que ocupa el número 68, que también perteneció a la empresa aseguradora, que remataba todas sus sedes de idéntica forma. Aunque a la artista Natividad Sánchez le gusta pensar que es Endimión quien vuela sobre él unos metros más lejos, la figura masculina que vemos aquí bien pudiera ser Ganímedes, un bello príncipe troyano raptado por Zeus para convertirlo en su amante.

Ecos de la antigua Roma

El Romano, Gran Vía, 60. © Álvaro López del Cerro

La mejor perspectiva del Ave Fénix se consigue desde la azotea del Hotel Emperador (Gran Vía, 53), con un Beach Club en torno a su fantástica piscina, con solárium, camas balinesas y  zona chill out. Un lugar estupendo para disfrutar de un cóctel con impresionantes vistas a la ciudad. Este es el sitio perfecto también para admirar otra de las esculturas que decoran el cielo madrileño. No tiene nombre propio, pero se le conoce como El Romano (Gran Vía, 60). Totalmente desnudo, cubierto solo con una capa blanca que le cae desde los hombros, este súper hombre, que eleva sobre su cabeza un templo, mide más de siete metros y medio de alto. Fue realizado en bronce en el año 1930 por el escultor Victorio Macho, autor de otros monumentos en Madrid, como los que recuerdan a Benito Pérez Galdós y Santiago Ramón y Cajal en el parque de El Retiro. ¿Por qué está ahí? Pues nada se sabe a ciencia cierta. Puede que sea un símbolo del ahorro, ya que el edificio, reconstruido tras la Guerra Civil por el arquitecto Casto Fernández-Shaw, perteneció a la Casa Social del Banco Hispano de Edificación.

Loba capitalina, WOW. © Álvaro López del Cerro

Ecos del Antiguo Imperio nos llevarán hasta el número 18 de la Gran Vía, donde allá por 1915 abrió sus puertas el Hotel Roma, primer edificio de la histórica avenida. Construido por el arquitecto Eduardo Reynals Toledo, vive ahora una segunda juventud tras la reforma llevada a cabo por Carmelo Zappulla. Vuelven a brillar algunos de sus elementos más icónicos, como su elegante y afrancesada fachada, el torreón y la loba capitolina amamantando a Rómulo y Remo, que, junto a las siglas S.P.Q.R, lo coronaba. Tras la Guerra Civil el edificio tuvo varios usos, pero ninguno como el de hoy. Desde el pasado mes de marzo acoge un megaespacio comercial de ocho plantas llamado WOW, un universo diferente a todo que conecta marcas y creadores (de moda, tecnología, lifestyle…) en un ambiente que se sitúa en el límite entre lo físico y lo digital. Como símbolo de los nuevos tiempos se ha recuperado a la loba, aunque no es la original, sino una réplica, de la que podemos ver un primerísimo plano desde el hotel Iberostar Las Letras Gran Vía (Gran Vía, 11).

El último guardián

Atlas, Picalagartos Sky Bar. © Álvaro López del Cerro

Desde su guarida en las alturas Luperca contempla a los paseantes de la Gran Vía. También lo hace el Atlas del Hotel NH Collection Madrid Gran Vía (Gran Vía, 21), el titán que sobre sus hombros sostiene el mundo por un castigo impuesto por Zeus. Obra de Future Arquitecturas es el último de los guardianes del cielo de Madrid, hasta donde llegó en 2019. Realizado en fibra de vidrio y recubierto de polvo de bronce para conseguir un aspecto más clásico, mide casi tres metros y medio de alto. Impresiona verlo desde el sky bar del hotel, el animado Picalagartos, uno de esos sitios siempre de moda para tomar algo sea cual sea la hora del día y disfrutar de las vistas. Seguro que si pudiera, el Atlas se apuntaría a su delicioso brunch para recuperar un poquito de energía.

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