Al entrar en el Museo Cerralbo damos un salto en el tiempo que nos lleva a finales del siglo XIX. Descubrimos un palacio en pleno barrio de Argüelles que muestra la vida cotidiana de la aristocracia madrileña, a un paso del Templo de Debod. Salas con más de setecientas armas, objetos arqueológicos, pinturas de las escuelas barrocas española e italiana, esculturas, mobiliario y recuerdos de otra época. Hay piezas que impactan como la lámpara de cristal de Murano en forma de góndola que preside el Salón de Confianza o las armaduras de guerra procedentes del Japón del siglo XVIII. La colección fue legada al Estado por Enrique de Aguilera y Gamboa, un marqués polifacético que fue político, historiador y pionero de la arqueología en España.
Una escalera de honor invita a subir a los visitantes a este palacio construido entre 1883 y 1893. Su barandilla es de hierro forjado y procede del Palacio-Convento de las Salesas Reales fundado por la reina Bárbara de Braganza. Por ella se accede al entresuelo, donde hacía vida la familia del marqués, formada por su esposa, Inocencia Serrano y Cerver, y los hijos de ésta de un matrimonio anterior. Es la zona de las estancias privadas, en las que también recibían a las visitas más allegadas. En ella se encuentran el salón de invierno y el de verano orientado al jardín, cerca de la habitación del marqués, en la que falleció en 1922, a los 77 años. Muy próximo está el Oratorio, un espacio utilizado por los hogares acomodados para celebrar pequeños oficios. Lo preside el cuadro La Virgen con el niño, de Van Dyck.
En uno de los pasillos se conservan recuerdos de la afiliación carlista de Enrique de Aguilera y destaca el retrato que le envío desde Venecia en 1893 Carlos de Borbón, en agradecimiento por sus servicios. Además de diputado por este partido, el marqués fue un gran viajero, coleccionista y promotor de más de un centenar de excavaciones arqueológicas.
A la planta principal se llega subiendo unas escaleras. Es la zona noble, el lugar de representación, y la que reflejaba la posición económica de los propietarios del palacio, hoy convertido en museo a cargo del Ministerio de Cultura y Deporte. La planta principal está formada por un conjunto de salas en las que se desarrollaban tertulias, bailes, cenas y otras actividades dirigidas a los visitantes más selectos. Algunas son temáticas y exhiben desde piezas exóticas a objetos arqueológicos, pinturas y obras de arte a imitación de los palacios italianos. En la Sala Árabe, por ejemplo, se exponen arcabuces, fusiles y pistolas procedentes de países tan lejanos como Filipinas, India, Malasia o Turquía. Una de las más singulares es una armadura de guerra de samurái, compuesta de cobre, cuero lacado y cintas de colores. También hay objetos procedentes de China.
No falta un comedor de gala para agasajar a los aristócratas del momento. Su gran mesa se iluminaba con velas y las primeras ampollas de luz eléctrica, con espejos situados en lugares estratégicos para multiplicar la iluminación. La visita al Museo Cerralbo nos da la oportunidad de fijarnos en los detalles que permanecen como cuando se usaban de forma cotidiana.
Salón de Baile
En la misma planta hay un pasillo de dibujos, que muestra 80 de los 558 que componen la colección, y cuenta con ejemplares de Goya, Francisco Bayeu y Salvador Maella, entre otros. La Biblioteca, con unos 10.000 volúmenes, dispone desde incunables hasta ediciones de 1922, y el Salón de Baile es espectacular y una muestra de esplendor y belleza. Está decorado con paneles de ágata, mármoles y grandes espejos venecianos y acogía también veladas literarias.
Rodean el Salón de Baile tres galerías creadas para que los invitados deambularan apreciando las obras más importantes de la pinacoteca. Son numerosas y cuentan con valiosos ejemplares como La piedad, de Alonso Cano; San Francisco en éxtasis, de El Greco, o Jacob con los rebaños de Labán, del taller de José Ribera.
En 2023, un total de 165.167 personas visitaron el museo, según datos oficiales. Acercarse a este punto de la ciudad, a pocos metros del Templo de Debod y del parque del Oeste, es una buena opción, aunque haya que esperar un rato en la cola de acceso. La colección de su interior está llena de sorpresas. La entrada general cuesta 3 euros.