La última obra de Fernando Arrabal se ha estrenado en las Naves del Español, donde podrá verse hasta el 14 de junio, bajo la dirección de Juan Carlos Pérez de la Fuente y con un reparto encabezado por Ana Torrent, María Hervás y Marta Poveda. Pingüinas nos lleva por carreteras insólitas hacia una elevada reflexión sobre la obra de Miguel de Cervantes, en el centenario de la primera edición de la segunda parte de El Quijote y ahora que los huesos del escritor ocupan la portada de los periódicos.
Diez moteras, embutidas en sus trajes de cuero, conducen a toda mecha por la autopista: quieren llegar a la Luna – cómo les ha prometido un concurso de la tele –, casarse entre ellas y descifrar alguna que otra verdad universal. Entonces cae del cielo un fragmento de cosmonave que les impide continuar el camino. Con la furia de los poetas, con la libertad de Miho (Miguel de Cervantes), mantendrán una “sagrada conversación” en la que azar y destino se contraponen. Entonces saldrán a la luz las miserias y el amor del “Prínicipe de los Ingenios”, del “Manco de Lepanto”, según se mire, puesto que estas pingüinas, estas motoqueras, estas dervichas giróvagas, son las quijotAs, las cervantAs, como se las conoció en vida, las mujeres que rodearon al genio y que todavía hoy tienen secretos que desvelarnos del autor más leído de las letras españolas.
Ha llovido mucho desde que el teatro patafísico de Fernando Arrabal escandalizara por primera vez al público bienpensante de la década de 1960. A lo mejor hoy la provocación, menos pretendida de lo que cabría pensar a simple vista, se encuentra en la propuesta dramática de Arrabal: un diálogo lleno de giros, cabriolas y retruécanos que funciona, como tantos otros artefactos barrocos, gracias a la acumulación y al palimpsesto. Son muchas las citas implícitas, referencias y guiños que esconde este texto, con tanto del Siglo de Oro y con tanto del teatro irreverente de Arrabal, en el que lo espiritual se mezcla sin complejos con el humor soez y la cultura pop. Sólo con el texto de Pingüinas podría hacerse un libro de aforismos desternillantes y sublimes. “Sois más bastas que un bocadillo de cemento”, dice Luisa – la hermana monja –, al sentirse acosada sexualmente por las otras, que sueñan con su “macho de acero y gasolina entre las nalgas”.
La puesta en escena, que ha contado con el apoyo coreográfico de Marta Carrasco, un vestuario excelente diseñado por Almudena Rodríguez Huertas y una cuidada dirección musical de Luis Miguel Cobo, ya sería por sí sola un espectáculo grandioso: diez motos eléctricas corriendo de un lado para otro, tramoyas que hacen volar sobre nuestra cabezas al propio Cervantes, Miguel Ángel Cazorla, y una interpretación que, pautado hasta el último detalle, contribuye a potenciar esta sensación de ópera arrabaliana en la que incluso hay lugar para que la actriz Badia Albayati nos sorprenda con una jota: “A la Mancha manchega, que hay mucho vino, mucho pan, mucho queso, mucho tocino…”.
Como un espejismo que con la canícula emerge en el horizonte de la carretera, Pingüinas, la última obra de Fernando Arrabal pero la primera de un género que podría llamarse road theater, aparece y desaparece en las Naves del Español, nos deslumbra y nos ciega.