Desde hace unos días se divisa una gran carpa de 19 metros de altura y 51 metros de diámetro entre los arboles de la Casa de Campo. Si alguien me preguntase qué es, le diría que la catedral del circo, el Cirque du Soleil, que ha elegido Madrid para el estreno europeo de su último espectáculo: Amaluna. Hasta el 21 de junio en la explanada del Escenario Puerta del Ángel.

Casi todo el mundo sabe cómo comienza La tempestad de Shakespeare: Próspero, el rey de una isla misteriosa, invoca una tormenta que hará naufragar a su rival y hermano. Pues bien, cambiemos el género del monarca y esta vez será PrósperA quien, para celebrar la mayoría de edad de su hija Miranda, genera un torbellino que arrastra a unos marineros hasta las costas de Amaluna, un reino gobernado por diosas. Y no sólo en la ficción, porque esta vez el Cirque du Soleil ha puesto en manos de la directora de teatro Diane Paulus, galardonada con un Premio Tony e 2013, un espectáculo en el que más de la mitad del elenco son mujeres.  Pero que nadie se equivoque, Amaluna no es ni mucho menos una revisión circense y en clave femenina de La tempestad, aunque las referencias sean obvias. Amaluna es, como los otros grandes títulos del Cirque du Soleil, un universo aparte, con su propia mitología y su estética kitsch; una isla de amazonas y valkirias que emergen al ritmo de una partitura subrayada por una guitarra eléctrica y compuesta específicamente para la función. En resumen, una obra de arte total.

Números de acrobacia, trapecismo, malabares o pole dance sirven para hilvanar durante dos horas y media, con descanso incluido, esta historia de mujeres fuertes. En el guion se van intercalando momentos de gran intensidad física, en los que el artista consigue superar los límites de su cuerpo como si fuera un muñeco de goma, con otros más líricos que se apoyan fundamentalmente en la música, el vestuario y la coreografía. Y también hay lugar para el humor y la pantomima, sin caer nunca en el ridículo. Sin embargo, uno de los momentos más especiales de Amaluna lo protagoniza la diosa del equilibrio, tal vez la artista más contenida del reparto, que consigue sostener, apoyadas unas en otras, trece varillas hechas de hoja de palmera. Se trata de un ejercicio de gran precisión y sutileza capaz de generar una atmósfera de magia e incredulidad.

Después de ver algo así entiendo porque hoy, hoy más que nunca, el circo nos conmueve tanto. El circo, el circo que ha vuelto a estar en las páginas de cultura de los diarios, es el arte que mejor reivindica la inmediatez frente al playback, el trabajo físico frente a la imagen virtual. Bienvenido sea el Cirque du Soleil a Madrid, bienvenido sea el sudor auténtico de los acróbatas y la respiración lenta de los equilibristas.

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