Llevo toda la vida pasando por delante del Palacio de Santoña, ubicado en la esquina de Huertas con Príncipe, pero nunca había imaginado, pese a contar con una de las más bellas portadas de Madrid, que escondiera unos interiores tan fastuosos. Sin duda alguna, para muchos visitantes y madrileños esta será una de las grandes sorpresas de la nueva edición del MOM, que los días 16 y 17 abre al público muchos de los edificios singulares de Madrid.
Miguel de Cervantes, que vivió en el mismo edificio del restaurante Casa Alberto, justo enfrente de la finca ocupada hoy por el Palacio de Santoña, narra en alguna de sus obras que aquí se levantaban las casas donde residió durante su exilio en Madrid Muley Xeque, “El Príncipe Negro”, heredero del reino de Marruecos, a quien Lope de Vega dedicaría su obra La tragedia del Rey Don Sebastián. De esta primera construcción no queda prácticamente nada porque la portada que asoma a la calle del Príncipe fue construida un siglo más tarde, cuando el político y banquero Francisco Goyeneche compró la finca. Diseñada por Pedro de Ribera – autor también del Puente de Toledo, el Cuartel del Conde Duque o el Real Hospicio del Ave María y San Fernando, actual sede del Museo de Historia -, es una obra muy representativa de lo que se conoce como estilo churrigueresco, del que son características estas fachadas a modo de retablos de abundante ornamentación.
Sin embargo, el momento de esplendor del palacio llegaría a finales del siglo XIX. Fue entonces cuando la propiedad cayó en manos de los Duques de Santoña, quienes lo convirtieron en una de las residencias más suntuosas de su tiempo, en clara competición con los palacios del Marqués de Linares, hoy sede de la Casa de América, o del Marqués de Cerralbo, cuya casa es hoy un museo (edificios que también pueden visitarse gracias al MOM los días 16 y 17). Acostumbrados a viajar por todo el mundo – el Marqués de Manzanedo y Duque de Santoña, don Juan Manuel, había hecho dinero en América – trataron de reflejar en la planta noble el gusto internacional de la Belle Epoque. Algunas estancias evocan paisajes exóticos como si fueran las ilustraciones de un libro de aventuras. En el Salón Oriental son bellísimas las pinturas murales que parecen ampliaciones de estampas japonesas. La escalera está custodiada por dos leones, uno vigilante y otro dormido, copia de los que protegen la tumba de Clemente XIII realizada por Antonio Canova. Aunque es la Sala de Baile, con su orquesta casi escondida en lo alto, el ámbito más espectacular, con dos espejos confrontados que prolongan en perspectivas infinitas el palacio.
Con la muerte de Juan Manuel de Manzanedo en 1882 se inició un pleito por la herencia entre su mujer y una hija del marqués, nacida de una relación anterior. La duquesa moriría arruinada en París una década más tarde, después de vender el Palacio de Santoña a las hermanas Rosa y María Saint-Aubin, esta última casada con José Canalejas. Aquí vivirían las dos mujeres con sus respectivos maridos y aquí también sería instalada la capilla ardiente del político liberal, que en 1912 fue asesinado por un anarquista mientras miraba el escaparate de una librería de la Puerta del Sol.
En 1933, Casimiro Mahou, entonces presidente de la Cámara de Industria –aún no se había fusionado con la Cámara de Comercio– formalizó la compra para trasladar la sede de la institución. Desde entonces el Palacio de Santoña ha sido conservado con respeto y hoy es uno de los edificios más hermosos del Barrio de las Letras que gracias al programa «Madrid otra mirada» podrá visitarse los días 16 y 17 de octubre con cita previa.