En la Posada de la Villa

Categoría: Comer y beber 12 marzo 2013

Horno de la Posada de la Villa

Es lunes y quedo a comer con mi amigo Pablo Carbonell, María, su guapísima mujer, y Mafalda, bicampeona del mundo de simpatía, en la categoría infantil. Nos preguntamos donde querríamos comer. Pablo venía  de Burgos, de comer cordero,  pero me confiesa que no le importaría nada degustar otro. Nos miramos y ponemos rumbo a la Cava Baja 9, donde allá en el siglo XVII se encontraba el único molino de Madrid.

Entramos a la Posada de la Villa, todo un clásico. Al cruzar la puerta, antes de subir las escaleras que te conducen al comedor, si eres curioso puedes recrearte mirando el horno de leña, donde de una forma artesanal y con mucho mimo están asando cordero lechal.

Empezamos con unas cañas, unas croquetas muy ricas y una ración de jamón ibérico. Nuestro objetivo era claro: disfrutar de un buen cordero lechal, asado sin prisas. Pero no pudimos resistir la tentación de pedirnos una sopa al ver los pucheros del cocido haciéndose a la lumbre baja. A este plato le doy el mejor calificativo que le puedo otorgar a una sopa de cocido diciendo: “qué rica, me recuerda a la de mi madre”. Soy muy sopero, me puedo alimentar a base de sopas, y en un día gris entra sola.

La sopa, el jamón y las croquetas sólo han despertado a la bestia, es hora de atacar el cordero. El maître, muy amablemente y haciendo gala de un servicio impecable, nos enseña el lechal antes de trincharlo. ¡Qué cosa mas rica! La carne se deshace, qué jugo mas delicado… y la piel, súper crujiente.

Salón. La Posada de la Villa

El cordero se encargó de amansar a las bestias, pero… yo no pensaba irme sin rendirle cuentas al cocido, así que ni cortos ni perezosos nos pedimos uno. Claro, tras esa sopa tan sustanciosa, sólo podía venir un cocido a la altura, con unos garbanzos finos y delicados y carnes sedosas.

En honor a la verdad, no pudimos acabarlo. Pero yo no tolero tirar comida. Creo firmemente que es una irresponsabilidad. Haciendo uso de las buenas costumbres y de la buena educación le pedimos al camarero que nos envolviera el cocido sobrante para llevarlo a casa. Y el camarero, como corresponde a un buen profesional, nos lo tenía preparado a la salida.

El cordero y el cocido lo regamos con vino, no podía ser de otra forma. La buena sobremesa que brindan Pablo y su familia la acompañamos de unos cafés. Sólo espero poder disfrutar de nuevo y en breve de su muy grata compañía, qué tío más simpático. Estoy deseando asistir a otro concierto de Los Toreros Muertos muy, muy pronto.

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