He comenzado hace rato a escribir -casi estaba terminando- pero he cambiado de opinión. Me disponía a terminar una magnífica guía de lugares que no debías perderos a vuestro paso por estas fiestas del Orgullo Gay 2014. Mucho más interesante, creo yo, va a ser hablaros del prejuicio…
Y es que ese gran cosmos que es el mundo gay y que algunos se empeñan en encorsetar en unos parámetros fijos tiene, no ya mil, sino millones de caras. Y por millones se cuentan también, por cierto, los que vienen a Madrid, cada año, en ese primer fin de semana de julio en el que algunos aprovechan para ligar y otros para mirar. Os lo ilustro.
Hace unos cinco años yo era de los que iban a mirar; luego ya pasé a la acción. Pero no malpenséis, no hablo de miradas furtivas ni besos olvidados. Hablo de lo que, al menos para mí representa el Orgullo. Me gusta contabilizar el tiempo por orgullos; y no soy el único. Mi primer orgullo fue… o ese era ya el tercer orgullo al que iba, ¡cómo pasa el tiempo madre mía! son frases recurrentes en cualquier guateque que se precie.
Y es que para mí el Orgullo Gay es mucho más que un fiestón, que lo es. Mucho más que bailar en las carrozas a su paso por el Paseo del Prado; mucho más que una obligada visita a la sala Boite (que seguramente no vuelva a pisar en todo el año) para encontrarte con los de siempre o una mítica sentada en la Plaza de Vázquez de Mella. Mucho más que los conciertos en Callao o Plaza de España. Mucho más que las engalanadas calles de Chueca. Mucho más que La Prohibida, Yurena o Leticia Sabater siendo las divas que nunca fueron.
Para mí el orgullo es un sentimiento colectivo y otro muy personal. Algo que hasta a los que huyen del orgullo les hace sentir cosquillas el miércoles previo, cuando la máquina comienza a calentarse. Salir cada mañana de casa sin saber cómo acabará, sentir a miles de personas en la calle, en Madrid –mi ciudad- disfrutando de un momento que sentimos nuestro. Pensar en aquellos con los que compartiste tus primeros años y ya no están, las nuevas incorporaciones o a ti mismo cambiado tras el paso de los años, de los orgullos.
Sé que muchos, a medida que leéis, os sentís identificados. Yo, al menos, es como lo siento. Y creo que ese sentir dentro de muchos ha ido creciendo a tal ritmo en estos últimos años que ha sido el motivo por el que esta gran fiesta del Orgullo Gay ha terminado convirtiéndose en el orgullo particular de todos, madrileños o visitantes, hombres o mujeres, gays, lesbianas heteros, trans… una oda al libre pensamiento que une a todos, clásicos y modernos, curiosos, remilgados que de camino al Barrio de Salamanca se pasan a tomar un mini o madres a la última.
Nadie se pierde ya los que es caminar por la Gran Vía en esos días. Y eso es lo que lo ha hecho grande. Uno de los muchos motivos por lo que enamorarse de Madrid y su capacidad de colectivizar. De agregar a todos. De hacer de lo particular un sentir general. De convertir el prejuicio en orgullo, en tan sólo algunos años.