Además del Museo Arqueológico Nacional, que en el primer año de apertura tras su restauración ha recibido casi un millón de visitantes, en el Barrio de Salamanca se encuentran varias instituciones de especial interés para curiosos y amantes del arte. Estas son el Museo Carlos de Amberes, que ofrece un amplio recorrido por el arte flamenco del siglo XVII, la Fundación Manuel Benedito, discípulo de Joaquín Sorolla, y el Museo Lázaro Galdiano, creada por uno de los más exquisitos coleccionistas de principios del siglo XX.
En paralelo a Serrano discurre la tranquila Calle de Claudio Coello. Algunos de sus secretos, guardados con discreción por los vecinos del barrio, son el excelente Mercado de la Paz, los jardines históricos ocultos en el interior de varias manzanas y el Museo Carlos de Amberes, que se encuentra en la iglesia de San Andrés de los Flamencos – la más antigua de la zona – y presenta una serie de pinturas, grabados y tapices procedentes de la fundación homónima, y también de otras instituciones y colecciones privadas. Del Prado son los elegantes retratos del archiduque Alberto de Austria y de la Infanta Isabel Clara Eugenia, en los que puede apreciarse tanto la mano de Rubens (rostro y manos) como la de Jan Brueghel el Viejo (paisaje). También forma parte de los fondos de la pinacoteca madrileña la Fiesta de Nuestra Señora del Bosque, en el que se representa una fiesta popular con todo lujo de detalles. Mae Lozano, mi Cicerón en el museo, me comenta que el escritor Mario Vargas Llosa se entretuvo largo rato delante del cuadro de Denis van Alsloot cuando visitó la sala. Además se incluyen obras del Museo de Bellas Artes de Amberes, de la Fundación Casa de Alba, de Patrimonio Nacional y de diversas colecciones privadas. Tal vez El triunfo del tiempo, tapiz de un taller de Bruselas, sea la obra más sorprendente de todo el conjunto. Según explica el catálogo, perteneció a la reina Isabel la Católica y está basado en el poema de Petrarca Los triunfos. Llama la atención el excelente estado de conservación del cromatismo en la indumentaria y la flora. Antes de abandonar el museo es aconsejable echar un vistazo a su librería, que ofrece una cuidada selección de ensayos de arte, libros para niños y novedades.
Si seguimos por Claudio Coello hacia el norte y giramos por la segunda calle a la izquierda, o sea por Juan Bravo, nos encontramos con la Fundación Manuel Benedito. Es imprescindible haber concertado antes una cita para visitar el pequeño museo dedicado al que seguramente fuera el mejor seguidor de Joaquín Sorolla. No cabe duda de la influencia del maestro en algunos de los retratos de su primera época, aunque como me explica María Jesús Rodríguez de la Esperanza, directora de la fundación, en la pintura de Manuel Benedito también es posible ver la huella de Ramón Casas, Ignacio Pinazo y Julio Romero de Torres. El museo se presenta en un amplio local del bloque de viviendas que Secundino Zuazo levantó sobre el solar de la casa del pintor, de la que se conserva la escalera y una barandilla de madera espectaculares.
Sin embargo sigue en pie el palacete de Parque Florido, antigua residencia del editor José Lázaro Galdiano y sede de la fundación que lleva su nombre. Este museo, para muchos expertos en arte el gran desconocido de Madrid, tiene unos excelentes fondos bibliográficos, de pintura y artes decorativas atesorados entre finales del siglo XIX y principios del XX. Sorprende, respecto a otras colecciones españolas de la época, el interés por la pintura inglesa, con obras de Lely, Romney, Constable y Raynolds, y por el arte tardomedieval español, con excelentes ejemplos de la escuela aragonesa y castellana. Además, destacan los Goyas, un San Juan Bautista de El Bosco y un misterioso Jesucristo lampiño, el Salvador adolescente, durante años atribuido a Leonardo da Vinci y hoy considerado una obra de Boltraffio, como me explica la Conservadora Jefe Carmen Espinosa. Como habitualmente realizo junto a la poeta Vanesa Pérez-Sauquillo las visitas literarias en torno a la colección del museo, podría insistir mucho más en la extraordinaria nómina de autores de “el Lázaro Galdiano”, pero la razón fundamental por la que este museo me parece diferencia a otros la encuentro en la suma de las partes. Aquí las obras se suceden como si fueran las notas de una misma pieza musical. En definitiva es el retrato de su fundador, de sus gustos y de sus obsesiones.