En la azotea del Hotel Emperador, un clásico de la Gran Vía, los verbos nadar y volar son sinónimos. Su piscina, ubicada en la planta número diez del Edificio Lope de Vega, es como una nube de vapor que se ha quedado encajada entre las cúpulas, torres y templetes que coronan el viejo Madrid. Sin duda, esta terraza, conocida como Roof Garden, es un lugar sorprendente, una mezcla exquisita, entre balneario y cocktail bar.
Aunque sus extraordinarias vistas justifican subir al Roof Garden Hotel Emperador, lo que verdaderamente llama mi atención es la elegancia y discreción de esta terraza escondida. Aquí no se oye el vocerío propio de otras piscinas ni tengo que pelearme por un trocito de césped. El propio hotel provee a sus clientes de toalla para que cada detalle respire ese aire distinguido que lo caracteriza. Cuando llega la hora de tirarme a la piscina me imagino que estoy lejos de una ciudad de tres millones de habitantes. Si nadas de espaldas y miras hacia arriba sólo verás el color azul. La página web del Hotel Emperador no exagera cuando dice “sumérjase en el cielo de Madrid”, el mismo cielo que tan bien retrataron Goya y Velázquez. El agua, que a media tarde tiene temperatura exacta para el baño, y una brisa de montaña hacen que este verano, más caluroso de lo habitual, me resulte absolutamente delicioso sobre los tejados de Madrid.
Mientras el sol se desliza por el horizonte de la Casa de Campo, varias personas disfrutan de los últimos rayos de la tarde. Todo permanece tan profundamente tranquilo a esta altura, que parece imposible que bajo nuestros pies estén pasando miles de personas. La Gran Vía, que nunca deja de latir, es un animal dormido desde el Roof Garden del Hotel Emperador, una atalaya desde la que diviso la sierra de Guadarrama, el enmarañado barrio Malasaña o los rascacielos de la Castellana. El anochecer llega poco a poco y la ciudad se convierte en un espectáculo: las golondrinas vuelven a sus nidos, se encienden los primeros neones y aparece la luna a lo lejos. Antes de bajar otra vez a la tierra, no me queda más remedio que aplaudir como si en lugar de estar sobrevolando la metrópoli estuviera dentro de uno de los teatros que jalonan la avenida.