En 2022 se cumplen 75 años de la muerte de Mariano Benlliure, probablemente el escultor que con sus obras más han contribuido a embellecer la ciudad. Por este motivo el Ayuntamiento ha decidido celebrarlo con una serie de actividades en primavera y otoño, que incluyen tres visitas guiadas, un itinerario interactivo para público familiar por el Parque de El Retiro, un ciclo de conferencias en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, unos conciertos bajo el Monumento a Alfonso XII y en el quiosco que se encuentra detrás de la Casa de Vacas y, por último, la restauración de cuatro obras públicas del artista. Benlliure tuvo su estudio en un hotelito de la calle José Abascal, fue un importante gestor de instituciones y proyectos culturales que marcaron una época -director general de Bellas Artes y del primer Museo de Arte Moderno- y ha dejado un importantísimo legado que hoy podemos disfrutar en los museos, las iglesias, los cementerios y las calles de Madrid.
Alfonso XII, tal vez escarmentado por el terrible destino de su madre, no sólo consiguió calmar las luchas entre las distintas facciones políticas, sino que además tomo como modelo para España las sociedades avanzadas del centro de Europa. Firmó la Constitución de 1876 antes de cumplir los veinte años y garantizó durante una década la alternancia entre conservadores de Cánovas y los liberales de Sagasta. Por desgracia falleció con sólo 27 años y tuvo que ser su hijo quién tratara de mantener con grandes dificultades un sistema que acabaría colapsando en 1931 con la proclamación de la II República. En cualquier caso, la Restauración había traído a Madrid aires de gran capital, así que a Benlliure, el más aplaudido escultor de su tiempo, no le faltaron encargos durante estas cinco décadas de la historia de España, a caballo entre los siglos XIX y XX, entre el ansia de modernidad y los viejos fantasmas del pasado.
Hijo de un pintor decorativo de Valencia, que había dejado atrás las redes de pescador con las que se había ganado la vida su familia, Benlliure se formó junto a sus tres hermanos en el estudio de Francisco Domingo Marqués. Más tarde se mudó a Madrid y luego a Roma, donde tuvo un taller abierto durante veinte años y conoció a artistas de prestigio internacional como Lawrence Alma Tadema. Recibió influencia de los grandes maestros italianos del renacimiento y el barroco, de Miguel Ángel a Bernini, pero también de las corrientes europeas de la Belle Époque, como el verismo italiano -la obsesión por retratar la realidad- o el estilo ecléctico francés. Melómano empedernido, diría que sus obras suenan a Barbieri, Wagner y Puccini. Muy hábil para combinar distintos materiales, los monumentos públicos que hay en Madrid son una suerte de sinfonías con claroscuros y matices muy ricos.
La primera obra pública que inauguró en Madrid es una escultura de Bárbara de Braganza (1887) que hoy podemos ver en la Plaza de la Villa de París. Se trata del falso histórico que hizo como pareja de la dieciochesca del esposo de ésta, Fernando VII. De un estilo mucho más personal es sin duda el monumento a María Cristina de Borbón (1893), cuyo detallado pedestal tiene casi tanto protagonismo como la figura. Del estatismo de estas efigies reales pasamos al enérgico ímpetu que otorga a los héroes de la nación, como el Teniente Ruiz (1891) de la Plaza del Rey, Álvaro de Bazán (1891) en la Plaza de la Villa o el Cabo Noval (1912) en la Plaza de Oriente. De todos, la escultura ecuestre del General Martínez Campos (1907), veterano de la Guerra de África y artífice de la Restauración, es sin duda la que mejor resume su manera de entender el arte. El animal, cabizbajo, muestra todo el cansancio y toda la experiencia del viejo soldado, un personaje que se mide no sólo por el número de sus victorias sino también por su legado político. Situada en una glorieta del Parque de El Retiro, mantiene un interesantísimo diálogo con la escultura, también ecuestre, de Alfonso XII (1922), elevada en lo alto del monumento que preside el estanque. Muy diferente a los anteriores es el original conjunto dedicado a Emilio Castelar (1908) en el Paseo de la Castellana. Aquí descubrimos un Benlliure menos realista, cercano a planteamientos alegóricos y con un interesante tratamiento de los volúmenes, que hace de ésta una de sus obras más modernas. ¡Atención al relieve de los esclavos! Las figuras emergen de un fondo a penas desbastado, como hacía Rodin.
Benlliure no sólo retrato a los políticos, también a los artistas de su tiempo, muchos de los cuales fueron buenos amigos del escultor, como el escritor Vicente Blasco Ibáñez o el pintor Joaquín Sorolla, que junto a él forman una magnífica triada de valencianos. En el jardín de la Casa Museo del segundo se conserva el busto que de éste hizo Benlliure para el filántropo norteamericano y fundador de la Hispanic Society of América, Archer Milton Huntigton, que también encargó el correspondiente del Marqués de la Vega-Inclán, en el zaguán del Museo del Romanticismo. En el Palacio de Liria, el Salón Estuardo lo preside otro de Jacobo Fitz-James Stuart (1918), decimoséptimo duque de Alba y protector del artista. En la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando hay numerosos vaciados en yeso donados por sus herederos, entre los que destaca por su enorme viveza el retrato junto a su hijo de la pareja del escultor, la cantante de zarzuela Lucrecia Arana. Y por último, en el Museo del Prado hay una interesante colección de obras de Benlliure, de los que se exhiben en estos momentos los retratos de Faustina Peñalver (1914), mecenas suyo que vivió en el palacio que hoy ocupa la Embajada de Italia, María Purificación Fernández y Cadenas (1915), esposa de Canalejas, y el crítico de arte Jacinto Picón (1906). Nada más salir nos encontramos con el monumento que le dedicó a Goya (1902) y que fue su primer acercamiento a un personaje de fuerte inspiración para él. Años más tarde haría el busto del artista que cada año se entrega en los Premios Goya de la Academia de Cine.
Buena parte de la obra de Benlliure fueron encargas para rendir homenaje a la memoria de los hombres y mujeres ilustres. A los Hermanos Álvarez Quintero, renovadores del sainete, les dedicó una placa en la calle de Velázquez, 76, en la que estos posan de perfil como si fueran el relieve de un medallón, pero sus esculturas fúnebres más importantes en Madrid se reparten entre el Panteón de Hombres Ilustres y el Cementerio Sacramental de San Isidro. En el primero están los monumentos a Eduardo Dato (1928), Sagasta (1904) -acompañado por un ángel y un obrero- y Canalejas (1915), con una extraordinaria representación del peso del muerto, que podríamos acompañar con música de Wagner. Este es sin duda una de sus obras más espectaculares. Y en el segundo, el panteón de los Duques de Denia (1904-1915), que por desgracia perdió todos sus elementos de bronce durante la Guerra Civil, como por desgracia le pasó a tantos bienes de este camposanto, uno de los más bellos de Europa. (Para visitarlo se organizan distintas visitas guiadas).
Hay más obras de Benlliure en otras instituciones públicas, como el Congreso de los Diputados, que conserva la efigie de Emilio Castelar hablando desde un escaño (1913), o la Fundación Canal, con la fuente en cerámica de los niños, que hoy puede verse en la Sala de Exposiciones de la Plaza de Castilla. En el Museo Taurino se muestra una pintura al óleo, un busto del matador Marcial Lalanda y un encierro, tema del que se conservan numerosos vaciados y con el que creó escuela. Además, la Capilla del Divino Cautivo guarda un cristo en madera policromada (1944) que sale en procesión tanto el Jueves, como el Viernes Santo, como conté la semana pasada.
Mariano Benlliure murió en Madrid 1947. Había recibido los máximos honores: Caballero de la Legión de Honor de Francia, Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso XII y de la de Alfonso X el Sabio. Sus obras y monumentos pueden verse en Valencia, Zaragoza, Valladolid, Lima, Buenos Aires, Roma o Nueva York, pero es en Madrid donde dejo el mayor repertorio de su creación. Por esto mismo, al lema de “El placer de esculpir”, elegido por el Ayuntamiento para conmemorar el 75 aniversario de su muerte, podría responderse con un agradecido placer de pasear.