Aunque este año no haya procesiones de Semana Santa en Madrid, el taller de la Cerería Ortega continúa a pleno rendimiento. Con más de cien años, es la única tienda que realiza, con artilugios de entonces, velas artesanas en nuestra ciudad. Con mucha pasión, José Manuel y Silvia mantienen vivo un oficio hoy casi desaparecido.
Maestros, oficiales y aprendices. Estas eran, allá por la Edad Media en Madrid, las tres categorías profesionales en las que se dividían los gremios artesanos, algo así como asociaciones de personas, cristianos viejos, que realizaban un mismo trabajo. Estas agrupaciones servían no solo para garantizar la calidad de los productos que ofertaban, sino también para cubrir las necesidades familiares de quienes las integraban y protegerlos ante la llegada de comerciantes de fuera. Los gremios y sus tiendas se establecieron en zonas estratégicas, como eran la puerta de Guadalajara, principal entrada de la muralla, y la plaza del Arrabal, nuestra Plaza Mayor, donde se daban cita mercaderes y compradores.
De aquella época quedan los nombres de algunas calles del centro histórico que hacen referencia a esos oficios, como Cuchilleros, Curtidores, Bordadores o Latoneros. No tienen la suya los cereros y candeleros, que eso sí, también crearon su propio gremio, muy poderoso, ya en el siglo XVI. ¿Y por qué esa influencia? Por estar íntimamente vinculado a la iglesia, a la que abastecía de cirios y velas, realizados con cera de abeja o sebo procedente del antiguo matadero.
Encontrar en Madrid alguna cerería era entonces sencillo: estaban situadas junto a los templos. Hoy, sin embargo, es mucho más complicado. Solo queda una de fabricación artesana en la ciudad, la Cerería Ortega(Toledo, 43), junto a la Colegiata de San Isidro. Abrió sus puerta en el año 1860 y, desde 1893, sigue regentada por la familia que da nombre al establecimiento. Fue el abuelo de José Manuel, actual propietario, el primero en dedicarse a este oficio casi en extinción, que continuaron sus padres y ahora él junto a su mujer, Silvia. Contable en otros tiempos ahora ella vive con pasión esta profesión. Le emociona ver cómo sus velas iluminan obras de teatro, películas o series tan famosas como Isabel o Águila Roja.
Es durante la época de Semana Santa cuando más ajetreo hay en este centenario comercio, que mantiene en el taller donde se hacen las velas la misma maquinaria de siempre. Aquí no ha cambiado nada, por mucho que el proceso de fabricación sea especialmente lento. Las mañanas arrancan con el picado de los bloques de parafina, que después serán fundidos a altas temperaturas en una gran olla durante varias horas junto a cera virgen, que aporta aroma.
A partir de aquí nos toca aprender palabras nuevas. La mezcla fundida pasa primero a una paila, desde donde, cazo en mano, José Manuel las transporta al noque, una especie de recipiente calentado al baño maría. En él es donde se bañan las mechas, de algodón trenzado, colgadas en unas tablillas que llevan contrapesos para que no se doblen.
Cada vez que las mechas se meten y sacan vemos cómo van engordando, cubriéndose de capas. Al final solo queda pasarlas por las terrajas, que son las que marcan el diámetro de la vela y hacen que queden perfectas.
En la Cerería Ortega hay un sinfín de modelos para elegir. Las hay decorativas, para fiestas, con un toque exotérico, para hacer ofrendas religiosas y también para pedir deseos. Para eso están las de miel, que han de encenderse los días 11 y 22 de cada mes si lo que queremos es ganar dinero. Y es que, según nos recuerdan, las velas también sirven para iluminar sueños.