El Rastro y otros mercados
Mucho antes de que Joaquín Sabina acudiera cada domingo a comprar carricoches de miga de pan y soldaditos de lata, El Rastro ya existía. Para Ramón Gómez de la Serna era “un sitio ameno y dramático, irrisible y grave” propio de los suburbios de toda ciudad. Para Galdós, una «academia del despojo social», por la que a Jacinta, protagonista de una de sus novelas más famosas, le costaba abrirse paso: “El suelo, intransitable, ponía obstáculos sin fin, pilas de cántaros y vasijas ante los pies del gentío presuroso, y la vibración de los adoquines al paso de los carros parecía haber bailar a personas y cacharros”. El Rastro es “un Museo del Prado puesto del revés”, que diría el cronista Luis Carandell, un lugar que desde el siglo XVIII hasta nuestros días es uno de los rincones más genuinos del viejo Madrid.